Cada vez que me cruzo con un niño pequeño por la calle
mientras voy montada en mi bici, me llama la atención la cara de sorpresa y
expectación que despierto en ellos. Bueno, no soy yo la causante de ese efecto,
sino la bicicleta.
Se quedan admirándola casi siempre boquiabiertos, señalándola
con sus deditos, tirando de las faldas de sus madres, balbuceando algo parecido
a “bisi”, “cleta”… y girando la cabeza hasta que sus cuellos no dan más de sí. Yo, continúo mi trayecto siempre con una sonrisa en la cara,
tras haberles lanzado algún beso al aire.
¿Por qué las bicicletas causan ese efecto en los niños? Pues
imagino que deber ser porque lo ven como un juguete enorme que se mueve con
ruedas.
¿Cuántos de nosotros no hemos tenido en nuestra infancia una
bicicleta o un triciclo, o un coche a pedales, tal vez unos patines…?
*El de la izquierda es mi hermano con dos años y a su lado yo con un añito, detrás nuestro triciclo con sillín granate marmolado.
Está claro que lo de desplazarnos montados en algún tipo de
vehículo nos llama la atención desde bien pequeños. Pero, ¿qué ocurre después
de la infancia? ¿Por qué dejamos de querer un juguete a pedales para desear un
vehículo a motor?
La primera vez que me presenté con mi bici en una reunión
familiar, todos se acercaron a mirarla y estudiarla. Tengo siete sobrinos en
Málaga, cuyas edades van desde los dos hasta los dieciséis años. Curiosamente,
quienes se acercaron a mi bici, tocando los pedales, el manillar, los radios de
las ruedas, el timbre, el sillín… fueron los más pequeños (y algún adulto). Incluso
hubo quien intentó subirse en ella. Pero los adolescentes apenas la observaron
desde cierta distancia y no le prestaron mayor atención. Creo que si en vez de
una bici se hubiese tratado de una moto, éstos últimos hubiesen mostrado mucho
más entusiasmo ante mi nueva adquisición.
Recuerdo que yo misma cambié el gusto por montar en bicicleta
cuando era pequeña por el deseo de hacerlo en moto cuando era adolescente. ¿Por
qué se produce ese cambio de interés entre una etapa y otra de nuestra vida?
Sinceramente no lo sé. Me atrevo a opinar que va ligado a esa
fuerza propia de los cambios hormonales en la adolescencia que nos lleva a
querer sentir el poder, el brío, el que nada nos puede parar: algo más parecido
al motor de un coche o una moto que al pedaleo simple de una bicicleta.
En mi caso, no se cumplió mi deseo de tener una moto (debido
a la rotunda negativa de mi padre), pero sí conseguí tener mi primer coche con
diecinueve años. Y así me he movido “motorizada” durante muchísimos años. Sin
embargo, superados los treinta (largos), he retrocedido al gusto por los
pedales como me sucedió en mi infancia.
Ojalá los niños de hoy no cambiasen esa admiración por las
bicis llegados a la adolescencia. Estoy convencida de que el pedaleo puede
hacer más por su salud, su forma física, el desarrollo de sus sentidos y el
respeto hacia el medio ambiente de lo que pueda conseguir cualquier otro
vehículo. Así que, desde aquí, animo a todos los padres a motivar a sus hijos
en el uso de la bicicleta: además de mejorar la calidad de vida de los peques, sus
bolsillos lo agradecerán.